A las aguas someras de los Mares del Sur y, sobre todo, al tamaño diminuto y al carácter adormilado de estas islas evocadas en la literatura por escritores de la talla de Melville o Stevenson no le sentarían nada bien los cruceros multitudinarios tan habituales por otras latitudes. El Paul Gauguin, con su capacidad máxima para 332 pasajeros, es un cinco estrellas flotante que, tras su multimillonaria renovación en diciembre de 2011, vuelve a despachar uno de los cruceros al uso más exclusivos de los que se pueden emprender por los confines de la Polinesia. 

La belleza salvaje de las Marquesas

Este barco, cuyo nombre rinde honor al célebre pintor francés que decidió retirarse a esta otra esquina del mundo y se la mostró a la sociedad europea de la época a través de sus cuadros henchidos de exotismo, va recalando a lo largo de una semana por pequeños puertos del archipiélago de la Sociedad difícilmente accesibles para cruceros de mayor calado. Desde la capital, Tahití, hasta la bucólica islita en forma de mariposa que es Moorea, y pasando por la sagrada Raiatea, cuna de la cultura tahitiana, sobre la que se levantan los mayores maraes de estas islas y punto de partida de las grandes migraciones que siglos atrás emprendieron sus primeros habitantes para colonizar el llamado triángulo polinesio. 

Y de allí a Taha’a, la islita de la vainilla, y a la más famosa y turística de todas, Bora Bora, dueña de una de las lagunas más espectaculares de estos territorios de ultramar, presidida por la inquietante cima del monte Otemanu y salpicada en buena parte de su costa por esos hotelitos alzados sobre pilotes que ofrecen la más viva imagen del paraíso terrenal… esa postal en la que todo viajero desea verse alguna vez.

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