
El Gran Mar de Arena es una franja inhabitable de cambiantes dunas doradas de hasta cien metros de altura, una barrera natural insuperable entre Egipto y Libia de hasta trescientos kilómetros de ancho que se extiende otros seiscientos de norte a sur. Los humanos sólo pueden habitar los cinco remotos oasis de su borde, ya que las fuentes termales naturales y los pozos de agua permiten su presencia. En esta aventura de mil kilómetros por carretera, descubrirás la mágica quietud de unos paisajes primitivos y te maravillarás ante la capacidad de las comunidades que han conseguido conservar su cultura desde la antigüedad en un entorno tan abrumadoramente hostil.
En Siwa, el oasis más occidental de Egipto, se encuentra el antiguo oráculo de Amón, al que consultó Alejandro Magno. Se trata de una extensión de ochenta kilómetros de palmeras datileras, olivos y lagos salinos habitados por los bereberes. En la carretera de cuatrocientos kilómetros por la vieja ruta de caravanas hasta Bahariya hay partes con bacheadas vías de arena, otras asfaltadas y otras en las que ni siquiera hay carretera; allí sólo puedes conducir entre dunas intentando mantener la dirección correcta. Desde Bahariya cruzas el surrealista desierto blanco, con sus espectaculares formaciones rocosas parecidas a champiñones gigantes, hasta llegar a Farafra, uno de los lugares más aislados de Egipto.
Comparada con este pequeño oasis, Dakhla parece enorme: catorce pueblos rodeados por campos de moras, cítricos, palmeras datileras e higueras, dominados por magníficos acantilados rosados. Probablemente se trata de la parada más hermosa de tu viaje, y el pueblo de Al-Qasr, con su arquitectura medieval, es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del desierto occidental de Egipto. Tu último objetivo es Khraga, en la famosa “carretera de los Cuarenta Días”: la ruta de esclavos desde Sudán hasta El Cairo. En cuanto regreses al caos turístico de Egipto moderno sentirás el impulso inmediato de volver al místico silencio del desierto.
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